Publicado por: Tío Jander
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Todo el poder letal que la flecha es capaz de desarrollar no vale de nada si no somos capaces de dirigirla correctamente hacia su objetivo. Resulta imprescindible conocer, siquiera sea por encima, algunas características anatómicas de las piezas más comunes en nuestro deporte, facilitando así la eficacia del tiro: una flecha, una vida. En primer lugar, veremos cómo mata una flecha de caza; a continuación, examinaremos tres animales típicos, cuya conformación anatómica es extensible a prácticamente cualquier presa que persigamos.

Cómo funciona una punta de caza

Nunca llamaremos suficientemente la atención sobre la extrema importancia que posee, para un arquero cazador, el correcto uso de aquella parte de su equipo que, al fin y a la postre, va a abatir a su presa: la punta de caza.

Casi con seguridad, todos hemos visto en alguna ocasión impactantes tomas de vídeo en las que animales heridos por una punta de caza caen al suelo como fulminados, no acusan ningún tipo de dolor, al menos en apariencia, o se desploman tras una breve carrera. Tampoco es extraño contemplarles volviendo a comer tras el disparo, sin apercibirse en absoluto de la presencia de peligro en los alrededores. Con independencia de que se trata de vídeos comerciales, rodados por especialistas en condiciones óptimas, lo cierto y verdad es que cualquiera de nosotros se pregunta en tales ocasiones cómo es posible producir un óbito tan rápido, limpio e indoloro. La respuesta es bien sencilla: todo ello, acompañado de las debidas dosis de habilidad y conocimientos cinegéticos, se debe a la peculiar forma de trabajar que tiene una punta de caza bien afilada.

Una flecha de caza abate a la presa impactada conduciendo a través de su cuerpo una punta de caza mayor, llegando a atravesarlo en su totalidad si el tiro está bien colocado. Efectivamente, no es inusual pasar de lado a lado al animal, e incluso hacer un doblete, si convergen toda una serie de circunstancias en el disparo que pone fin al lance. La punta de caza lacera todos los tejidos que encuentra a su paso, junto con venas y arterias, separando éstos y cortando aquéllas con bordes perfectamente definidos. Si se halla en buen estado, la punta de caza jamás desgarra o aplasta; siempre lacera con una eficacia impresionante, comparable a la que posee una cuchilla de afeitar. ¿Quién no se ha cortado alguna vez afeitándose, sin notar el más mínimo dolor? Ello es igualmente debido a la perfección del corte, de calidad casi quirúrgica.

Como primera consecuencia de esta forma de funcionar, la punta de caza provoca una hemorragia masiva, que debe acabar con el desangrado del animal y su rápida muerte. Aun cuando la simple hemorragia ya es suficiente para lograr el objetivo deseado, la punta de caza puede también provocar diversas disfuncionalidades en el organismo de la pieza, en caso de resultar alcanzado alguno de sus órganos vitales. Por término medio, el animal impactado debe perder alrededor de un 35% de su cantidad total de sangre para que el óbito llegue a producirse; destaquemos que una gran cantidad de esa sangre permanecerá dentro de su cuerpo, sin salir del mismo a través de la herida o heridas que padezca.

Estudios realizados durante la pasada década en el Parque Nacional de Río Grande, Arizona, USA, vienen a demostrar que la punta de caza provoca, igualmente, un shock mínimo en el animal impactado. Mediante cuidadosas disecciones, se ha apreciado que pequeñas venas, en un círculo de unos 15 centímetros de diámetro alrededor de la herida, sufren roturas mínimas, casi microscópicas. Obviamente, ello se debe a un shock de muy escasa gravedad, comparable al que podemos producirnos con una cuchilla de afeitar, según apuntábamos más arriba, que sana de modo casi automático y que raras veces percibimos. Si unimos a este argumento el hecho, antes aducido, de la aparición de una hemorragia en sábana y de los extraños comportamientos de algunos animales tras el impacto, podremos concluir que la ausencia de dolor es casi completa. Sensaciones similares son descritas por personas que han sufrido heridas serias por puntas de caza. Observemos, de igual modo, que las heridas por laceración, casi nunca son dolorosas debido a que las fibras nerviosas, encargadas de la transmisión del dolor, son tan limpiamente cortadas como la piel, los músculos y los capilares.

El tremendo poder letal de una punta de caza bien afilada y bien dirigida contra su objetivo presenta también una segunda consecuencia un tanto contradictoria: puesto que la hemorragia causada tiende a ser máxima, los destrozos ocasionados, siempre y cuando no alcancemos órganos vitales de la pieza, tenderán, por el contrario, a ser mínimos, afectando solamente a los tejidos impactados y lacerando los mismos. Así pues, las posibilidades de recuperación de ejemplares que no hayan sufrido lesiones graves son altas, sobre todo si utilizamos tubos de aluminio a la hora de cazar, que pueden romperse a ras de la herida al huir el animal y golpearse con obstáculos del terreno. Se han constatado multitud de casos de reses heridas de modo superficial, que han podido encapsular en tejido, casi calloso, la punta de caza, salvando así la vida. Citemos, además, que las puntas de caza tienden a no romper los grandes huesos del cuerpo de la presa -salvo las llamadas puntas "trocar", que buscan el efecto contrario- lo que incrementa asimismo las posibilidades que más arriba mencionábamos.

Sobra, por tanto, la nefasta posibilidad de emplear flechas envenenadas o dotadas con somníferos, polémica ésta que aún colea en los Estados Unidos a propósito del famoso POD. Una punta de caza bien afilada se basta y se sobra por sí misma para cumplir sus propósitos, sin necesidad de añadirle aditivos de tipo alguno. Amén del peligro que entraña para uno mismo y para los demás el uso de estas sustancias, podemos inducir al colectivo no cazador -siempre más numeroso que el nuestro, no lo olvidemos- a pensar que la flecha no es lo suficientemente efectiva per se, lo cual nunca redundará en nuestro beneficio. El único ingrediente ajeno a la flecha, que hemos de añadir a la punta de caza, es una mezcla obligatoria de habilidad y saber hacer, ni más ni menos.

A nadie se le escapa, por todo ello, que es absolutamente imprescindible mantener nuestras puntas de caza en perfecto estado, es decir, impecablemente afiladas y libres de melladuras y de restos de polvo, barro o sangre, que no harán sino dificultar la penetración. Ante la duda, deshagámonos siempre de las puntas que adolezcan de tales defectos; puede resultar caro, pero a la larga siempre compensa. Hay que decidirse, desde un primer momento, por un tipo u otro de punta de caza, puesto que todos los numerosísimos modelos disponibles en el mercado pertenecen, irremediablemente, a uno u otro: las que se adquieren ya afiladas y preparadas para cazar, o las más artesanales, que requieren de un perfecto acabado por parte del usuario. Sea cual sea la elección, la consigna es siempre la misma.

La Bala y la Punta de Caza

Resulta evidente, para quien también haya practicado la caza con armas de fuego, que tantgo el modo de trabajar como las consecuencias del impacto difieren grandemente entre una bala y una punta de caza, si bien la meta a lograr es la misma. Superada la absurda creencia, hasta hace poco muy común entre los cazadores tradicionales, sobre el nulo poder letal de una punta de caza, resulta conveniente examinar pormenorizadamente el comportamiento de una bala, buscando conocer con más exactitud las diferencias que presenta con el propio de una punta de caza.

La acción mecánica de una bala depende, entre otros factores, de su velocidad; los daños causados por el impacto serán mayores o menores según ésta, como veremos a continuación. Efectivamente, a 330 metros por segundo, la bala penetra en el cuerpo del animal de un modo similar al de un arma blanca, sin mayores efectos secundarios. Si exceptuamos la insalvable diferencia del ruido, es este tipo de proyectiles, muy lentos, el que actúa de modo más parecido a una punta de caza. En el caso de balas que viajen hasta 500 metros por segundo, se forma en el interior del cuerpo del animal, y al paso del proyectil, un canal de tiro de diámetro doble o triple al del calibre utilizado. En realidad, los efectos comienzan a ser mucho más dramáticos a partir de los 750-800 metros por segundo, correspondientes a los modernos calibres dotados de balas expansivas. Se forma, en esta ocasión, una caverna ondulatoria en el interior del cuerpo, cuyo diámetro depende de la velocidad y del grado de expansión del proyectil. En estos casos, los tejidos son violentamente desgarrados y la caverna adopta una forma de pera que la hace mucho más dañina, independientemente de su diámetro. La altura del canal de tiro define dos zonas bien diferenciadas: la de destrucción, que puede alcanzar los 10 centímetros de diámetro, y la de degeneración, que puede llegar a los 20 centímetros. Como consecuencia inmediata, la tremenda onda de choque se propaga a 1500 metros por segundo, causando un shock brutal a la pieza.

¿Cuáles son los efectos fisiológicos inmediatos que corren parejos al impacto de un proyectil similar a los arriba descritos? Veámoslos de uno en uno:

La Coagulación: hay una constricción muy importante alrededor del canal de tiro; la mayoría de las células expuestas explotan o son muy dañadas. El contenido de tales células (piel, músculos, hígado pulmón, etc.) se expande y se mezcla con la sangre, puesto que venas, arterias y capilares son igualmente desgarrados. Todo ello ocasiona una coagulación sanguínea ciertamente eficaz: la sangre aporta glóbulos rojos, blancos, plaquetas y plasma; el plasma, a su vez, produce protrombina y fibrinógenos; mientras tanto, los tejidos dañados aportan tromboplastina y calcio. La mezcla de tromboplastina, calcio y protrombina produce gran cantidad de trombina, que a su vez actúa sobre los fibrinógenos, transformándolos en fibrina. Finalmente, ésta forma una red de fibras que aglutinan los tejidos dañados y la sangre en una especie de gelatina, ayudando a la coagulación de la herida.

EL Golpe Hemostático: al notar la presencia de tromboplastina procedente de los tejidos lesionados, las plaquetas se aglutinan formando el golpe hemostático; los pequeños capilares se cierran.

El Espasmo Vascular: las células dañadas liberan gran cantidad de noradrenalina, que provoca una vasoconstricción muy intensa de los capilares, hasta tal punto que la sangre es alejada de la zona afectada: los tejidos se decoloran alrededor de la herida.

Obviamente, este comportamiento fisiológico no es más que el reflejo del tremendo shock que el impacto de la bala produce, y que se traduce en una clara reacción defensiva del cuerpo del animal; resulta claro que, a mayor número de células afectadas por el proyectil, tanto más fuertes serán las respuestas que hemos visto. Pero la consecuencia más importante de todas, desde nuestro punto de vista consiste en que, en términos generales, una herida por arma de fuego sangra mucho menos abundantemente que otra producida por una punta de caza, precisamente por la gran diferencia en cuanto a poder letal que existe entre una y otra. Si concluimos que la punta de caza lesiona muchos menos tejidos que la bala, y que lo hace de forma menos traumática, concluiremos también que el efecto fisiológico al que hacíamos referencia antes facilitará, o no impedirá, por su menor intensidad, un desangrado mucho más rápido del animal. Así pues, no resulta exagerado afirmar que, suponiendo un mismo punto de impacto, una punta de caza mata con más rapidez que una bala.

Cérvidos.

Pasan por ser las piezas más perseguidas por todo tipo de cazadores, sin olvidarnos de nuestro famoso jabalí, que examinaremos más tarde. Obviamente, el mejor tiro que se puede realizar deberá apuntar a la zona baja del codillo, esto es, ligeramente a la izquierda del hueso de la rodilla del animal. Un disparo dirigido a esta zona interesará de inmediato la zona pulmonar, protegida por la caja torácica mediante huesos que son fáciles de atravesar, y con un tamaño importante. En caso de efectuar un tiro algo más bajo, cabe también la posibilidad de afectar al corazón, si bien este se encuentra más protegido por la cabeza del húmero, hueso más grande y duro que las costillas. Si el tiro resulta ser un poco trasero pero a la altura adecuada, podemos impactar el hígado, situado tras el corazón y mortal de necesidad, al igual que aquel. Ciertamente, la mayoría de los óbitos en caza con arco se producen por desangrado, pero si el disparo atraviesa un órgano vital, tal como pulmón o corazón, el fallo de ese órgano precipitará la muerte antes de que se produzca un desangrado total.

Como siempre, resaltar la necesidad de emplear puntas de caza perfectamente afiladas y, desde luego, evitar tiros arriesgados o a distancias poco adecuadas. Existen dos tiros muy clásicos para el cazador de arma de fuego en lo que al venado se refiere, que creo conveniente no realizar con un arco de caza en las manos. El primero, a la tabla del cuello. Salvo que seccionemos arterias mayores, como la aorta, es muy difícil abatir a la pieza limpiamente; recordemos que la flecha carece del poder de shock que caracteriza a una bala de caza mayor, por lo que la efectividad de este tipo de disparos resulta cuando menos cuestionable en la caza con arco. El segundo, el conocido como "tiro culero", dirigido precisamente al ano del animal. Con una bala, es sencillo impactar en la zona exacta o en sus inmediaciones, provocando graves heridas y abatiendo con rapidez al animal; en cambio, la punta de caza puede quedar encajada con facilidad en la pelvis de la pieza, puesto que el espacio por el que tendría que penetrar para alcanzar órganos vitales es relativamente muy reducido, correspondiendo a los huecos de la pelvis de nuestra presa. Por lo tanto, y salvo en tiros a muy escasa distancia y con un ángulo francamente poco usual, creo que es un tiro poco recomendable.

La imagen de la derecha, junto con la superior, presentan los mejores ángulos posibles para disparar; la pieza está mirando en dirección contraria a la nuestra, o a nuestra izquierda o derecha, con lo que casi cualquier trayectoria puede alcanzar con limpieza los pulmones o el corazón. El mayor problema consiste en que el tiro vaya demasiado alto; por ello, es conveniente apuntar un poco por debajo de una línea horizontal imaginaria que divida al animal en dos. De ese modo, si el tiro resulta un poco alto, aún es posible impactar en los pulmones, y si queda bajo tocaremos corazón o fallaremos completamente la pieza. Si, por el contrario, tomásemos puntería por encima de dicha línea y el tiro fuera alto, impactaríamos en una zona situada entre los pulmones y la columna, denominada "air space", que no es en absoluto vital y que no tendría los efectos que estamos persiguiendo.

Obviamente, si vamos a disparar con un ángulo muy agudo, por ejemplo desde un tree stand, es necesario corregir adecuadamente el tiro; cuanto más agudo sea el ángulo, tanto más arriba deberá impactar la flecha para alcanzar los pulmones. Si la pieza se encuentra en tres cuartos frente a nosotros, con un ángulo también agudo, es más prudente disparar justo al lado de la pata delantera que corresponda, apuntando bajo, para tocar así el corazón. En caso de que apuntásemos como si el animal estuviera en tres cuartos en dirección contraria a la nuestra, podríamos fallar órganos vitales y empanzar a la pieza, con las consecuencias que todos conocemos.

Mención especial requieren, creo, los tiros frontales. Por regla general, es necesario evitarlos casi siempre, puesto que la pieza puede haber advertido nuestra presencia o estar barruntándola, con lo que se hallará tensa y nerviosa. No obstante, si este no fuera el caso, el mejor disparo que podemos ejecutar consiste en apuntar a la base del cuello, allí donde el esófago penetra en el pecho. Si la flecha queda un poco alta, tocaremos pulmones, y si vuela algo baja, podemos impactar en el corazón. De todos modos, insisto, en este tipo de disparos es absolutamente necesario esperar a que el animal se encuentre calmado, comprobando además que no nos ha descubierto; en caso contrario, abstenerse de disparar es obligado.

Suidos.

En nuestro país, creo poder afirmar sin temor a equivocarme que la pieza más perseguida por nuestros compañeros de armas es el jabalí. Indiscutible rey de la espesura, astuto y tenaz como pocos, es una pieza hecha prácticamente a medida del arquero cazador, que dedica el noventa por ciento de sus jornadas cinegéticas a la espera de este valiente animal.

Lógicamente, todo cuanto hemos sugerido en relación a ángulos de tiro cuando hemos hablado sobre los cérvidos, resulta aplicable en este apartado. No obstante, sí hemos de señalar algunas particularidades del jabalí, animal duro de matar donde los haya. Es preferible disparar sobre él utilizando puntas de caza de las que comienzan a cortar desde la punta, evitando las que van rematadas por una cabeza troncocónica o piramidal. No hay que olvidar la presencia en el cuerpo del jabalí de dos auténticos "escudos" laterales, a la altura precisamente de sus órganos vitales. Estos escudos, que no son más que placas de cuero endurecido, debidas a los combates intraespecíficos del animal, pueden dificultar considerablemente la penetración de la flecha. Añadamos, además, una cierta cantidad de barro y de desperdicios secos sobre su recia pelambre, y podremos entender con claridad la necesidad de utilizar dicho tipo de puntas.

La casi totalidad de los disparos que se realizan contra el jabalí son efectuados desde puesto elevado o desde tree stand. Ello significa que hemos de extremar las precauciones en lo relativo al ángulo de tiro, puesto que la silueta y el tamaño del animal, macizo y rechoncho, pueden inducir a error con facilidad. También hay que tener en cuenta la espesa capa de grasa que cubre el lomo del jabalí, zona por supuesto no vital; por ello, es necesario apuntar tomando como referencia el codo del animal, olvidándonos del resto, para evitar errores de cálculo basados en su altura, que podrían hacer que el disparo fuese excesivamente alto, esto con independencia de que disparemos desde el suelo o a una cierta altura.

Desde luego, la zona pulmonar es el mejor tiro posible; el corazón, de pequeño tamaño, se halla protegido por el húmero y no es fácil de impactar.

Ursidos.

Aunque no muchos de los nuestros han tenido el privilegio de salir a la caza del oso, sea el negro, sea el pardo o el grizzly, lo cierto es que estas especies cuentan con multitud de aficionados a su caza en los Estados Unidos. Por ello, creo que no está de más unos cuantos comentarios sobre el asunto.

Siendo todos ellos animales de gran tamaño, es necesario resaltar lo fuerte de sus huesos, que debe llevarnos a evitar tiros a la cabeza o excesivamente altos. A tener en cuenta que el tiro debe estar especialmente bien colocado, puesto que la espesa capa de grasa del animal puede cerrar con facilidad un agujero de flecha, y su abundante pelambrera absorber la mayor parte de la sangre que salga de la herida, lo que siempre dificulta las tareas de rastreo.

Mariano Gómez García

Monitor RFEC

Cazador Arquero Cualificado

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